Los estadios del alma tienen como protagonista a la Poesía. Pero no a esa Poesía que hoy se fabrica y a la que, por lo común, no hay forma humana de hincarle el diente, sino a la POESÍA con mayúsculas y merecedora de tal nombre. Que no pretendo decir que sea solamente la que yo escribo, sino la que también han escrito algunos eminentes poetas antiguos y unos pocos, muy pocos, poetas modernos. Porque la obra de la inmensa mayoría de los supuestos poetas de hogaño, está tan plagada de artificios y de conceptos, como huera de ideas, de música y de sensibilidad. Que son los tres pilares fundamentales sobre los que se asienta la verdadera Poesía.
La razón que me mueve a difundir una obra consagrada a la verdadera Poesía, no es otra que mi utópico empeño por tratar de recuperar el gusto por la lectura de poesía que tan común ha sido siempre hasta hace pocas décadas y que ha pasado a mejor vida desde que los poetas dejaron de cantarle a la belleza para perderse en mil disquisiciones absurdas y abstractas que no comprenden ni ellos y que hacen de la lectura de las modernas esfrofas poéticas (por llamarles de alguna manera), un verdadero suplicio.
La mayoría de los críticos dirán de mis sonetos que están escritos al modo de la poesía barroca. Lo que es cierto…, a la vez que falso. Cierto porque procuro escribir con belleza como lo hacían ellos. Y falso porque existen sensibles diferencias de fondo y hasta de forma entre mi poesía y la cultivada en los siglos precedentes. Tanto por las innovaciones que he introducido como por la sencillez y la fluidez que tan características son en mi lenguaje poético y que tan insólitas resultan en la obra de la inmensa mayoría de los poetas antiguos. Al margen de que yo no escribo al modo de nada sino de la única forma como siento y concibo la Belleza y, en este caso específico, esa hermosísima y sin par composición poética a la que conocemos con el nombre de SONETO. Al margen de que mal podría ser yo un mero calco de los poetas barrocos, cuando de seguir a este paso, voy a escribir más sonetos que todos ellos juntos…
Soy de la opinión de que el objetivo de todos los creadores poéticos debería ser exactamente éste: transmitir ideas sencillas u hondas, pero siempre bellas, a través de un lenguaje claro, armonioso y musical.
Como en el caso de la Música -de la que algo sé también- en realidad no existen formas, estilos o visiones distintas de la Poesía, sino dos únicos tipos o modalidades: la buena poesía y la subpoesía o pseudo poesía. Y ocioso es decir que la mayor parte de la poesía -como de la Música- que hoy se escribe, pertenece a esta última categoría.
La Poesía que no es capaz de crear y de transmitir Belleza, es todo menos tal. Porque ésta fue la razón que indujo a nuestros antepasados a inventar la Poesía y a recrearse en ella y si hoy queremos cultivar algo cuya motivación es radicalmente distinta y hasta opuesta a la que alentase en los primeros poetas, estaremos en nuestro derecho de hacerlo, pero siempre sin utilizar ese sagrado nombre que nos ha legado la historia de la Cultura y que debemos reservar para aquellas creaciones literarias cuyo principal empeño sea exacta y precisamente ése: producir Belleza. Acuñen, pues, un nuevo término los cultivadores de la pseudo poesía y no ensucien una de las pocas cosas que la Humanidad no ha conseguido envilecer, hasta hoy, a lo largo de su dilatadísima historia.
Mi objetivo al escribir poesía, no sólo es crear Belleza sino, también, componer música. Sí, porque tengo por principal singularidad y mérito de mi obra poética, el hecho de que en ella la Poesía se hace Música, en la misma medida en que ésta se hace Poesía. Con lo que la Música, omnipresente en mi vida ya desde el momento en que fui alumbrado por una mujer dotada de un extraordinario talento musical, se ha hecho presente en mi obra a través de los versos que aparecen reproducidos en las hojas en papel pautado de mi obra sonetística. Obra que algo le debe también a los inconmensurables Conciertos para piano y orquesta de W. A. Mozart que me han acompañado y apasionado a lo largo de toda mi vida, ya desde mis lejanos 24 años, cuando los descubriera en Bruselas durante mis años de permanencia en esta ciudad como profesor de su Universidad.
La musicalidad es la esencia misma del Soneto, ante la cual deben plegarse y subordinarse todos los demás elementos y componentes que intervienen en él. Porque, no en balde, música fueron en su origen todos los sonetos, compuestos primero para ser cantados y bailados, más tarde sólo cantados y, a la postre, sólo recitados, como sucede en el presente. Pero el hecho de que hoy se desconozca su origen, no le exime al poeta del deber inexcusable de preservar y cultivar la verdadera naturaleza del Soneto, procurando dotarle de la melodía que le era consustancial y respetando también la intención con la que esta acabadísima estrofa fuera creada: el enaltecimiento de la Belleza.
Santander, primero, y Majadahonda más tarde, en los aledaños de Madrid, vieron nacer este poemario, que más tarde crecería en La Granja de San Ildefonso para acabar madurando definitivamente en Santander. El mar lo acunó en su primera etapa cántabra… y los conciertos de Mozart en la segunda, mesetaria y castellana. Con lo que han ido a fundirse en estas páginas, los cinco elementos que han desempeñado un papel más importante en la historia del género humano y, de forma acentuadísima, en mi propia vida: la mujer, la música, la palabra, la belleza y la mar.
Significativamente, todas femeninas.