Tengo el firmísimo propósito de legarle a la Literatura y, de manera más concreta a la Poesía, la más bella, extensa e intemporal colección de sonetos que se haya escrito o llegue a escribirse nunca, exprimiendo toda mi capacidad en ese empeño. Porque lo que este mundo necesita, por encima de todo, es que aquellos que lo configuramos procuremos extraer de nosotros mismos todo el rendimiento posible, pensando siempre no en nosotros mismos o en las personas de nuestra familia o de nuestro entorno inmediato, como suele ser común, sino en todo el conjunto de la sociedad y, a mayor escala -en el caso de quienes poseen las aptitudes necesarias para ello- de todo el conjunto de la Humanidad. Que, a la postre, el avance de nuestra especie hacia cotas cada vez más elevadas de desarrollo cultural, intelectual y material, se ha producido merced al esfuerzo y el sacrificio de cuantos, olvidándose de sí mismos y de los ideales al uso para tratar de vivir el mayor número de años posible, con la mejor salud posible y con la mayor cantidad de dinero posible…, han puesto todos sus afanes en legar una obra lo más completa y positiva posible al resto de sus semejantes.
Tal es, pues, la finalidad de esta obra y como tal es mi objetivo, mentiría si tratase de esconderlo o camuflarlo, por una modestia falsa y mal entendida o por temor a que mi reto pueda ser tenido por desmesurado o soberbio. Sé que puedo alcanzar esa meta porque ya en este momento, de hecho, la he alcanzado. Y buena prueba de ello, el doliente contenido de estas páginas. Páginas que rezuman tristeza… y belleza por todos los poros de sus poemas. Y no se juzgue artificio literario o propósito de reforzar el contenido dramático de mis sonetos, lo que a la postre no ha sido sino un cruel guiño del destino, al haber truncado la más bella historia de amor imaginable, dejando intacto, inmaculado, el sentimiento que la alimentó. Por ambas partes. De ahí el que esta obra se halle transida de tristeza. De ahí, también, que sean el Poeta y su Musa los primeros en lamentar que las cosas hayan discurrido por los cauces por donde lo han hecho. Pero como decía hace un instante, debo felicitarme de que el desmesurado padecimiento que ambos hemos debido sufrir (y sufrimos) y que tan elocuente y diáfanamente ha quedado registrado en cada uno de los sonetos, haya contribuido poderosamente a acrecentar su belleza. Por mor de ese fenómeno, tan bien conocido, que determina que las obras más bellas sean aquellas que han sido gestadas en y desde el dolor. Y cuanto mayor es ese dolor, más grande es también la hermosura de la obra realizada.
Ésta es, sí, una obra profundamente triste. Ojalá que, al propio tiempo, haya conseguido ser una obra profundamente bella.