En uno de mis libros he desvelado cuáles fueron los primeros orígenes de la Monarkía y cómo ésta nació a orillas del Cantábrico, en forma de reinados femeninos que se prolongaban por un espacio de tiempo determinado (raramente de por vida), quedando rotundamente excluida la posibilidad de que la Reina de turno se perpetuase en el poder a través de su descendencia. A aquellas Rexinas o Reinas (de donde Regina y Rex), las elegían todas sus congéneres, juzgando por sus valores y méritos y sospecho que también por su belleza y encanto. Que es así como nació lo que decenas de miles de años más tarde los Griegos denominaron Democracia, convirtiendo en gobierno del pueblo lo que antes había sido el gobierno de las Damas. Dicho con otras palabras, el Matriarcado.
Merced a la Filología, he llegado a descubrir que fueron las antiguas Rexinas Públicas o Reinas Públicas, elegidas por el Pueblo, las que dieron nombre a la Rex-Pública o República. También, y en este caso por alguna letrilla de las Marzas y porque el sentido común así lo sugiere, he llegado a saber que a éstas se las elegía, solemnemente, en la fecha en que se iniciaba el año: el 1º de Marzo. Lo que resulta de una lógica aplastante, por cuanto esa fecha simbolizaba el nacimiento de la vida y lo que las Rexinas representaban era justamente a la primera mujer de la Tierra y madre común de la Humanidad: a la Reina por antonomasia. En la última noche de Hebrero = Febrero, pues, la Reina elegida el año anterior entregaba su cetro a su sucesora, asistiendo a todos los agasajos que en honor a ésta se desarrollaban en aquellas jornadas.
En la Noche de las Marzas, que era a su vez la Noche de las Flores, todo giraba en torno a éstas y la Mujer, representada por la Regina hacia la que, ocioso es decirlo, se prodigaban toda suerte de demostraciones de vasallaje. Como, por ejemplo, los Juegos Florales que otrora se celebraban en todas las poblaciones españolas de una mínima entidad y que hoy, como tantas otras cosas bellas en esta paupérrima España de hogaño, han pasado a la Historia. Juegos en los que se elegía a la Reina correspondiente, rindiéndole culto los Poetas con sus rimas más o menos inspiradas. Otro vestigio de aquellos mismos fastos marzeros son las elecciones de Majas, Pubillas o Reinas, costumbre que venturosamente permanece, aunque muchos hayan caído en la horterada de denominar Misses a esas por lo común deliciosas doncellas. No están, pues, ni tan lejos ni tan arrinconadas en la Historia las antiguas elecciones de Reinas Públicas, aunque su carácter se haya visto desvirtuado y hoy tengan sólo un valor meramente simbólico de homenaje a la belleza femenina. Antes eran mucho más que eso.
A falta de elecciones «Rex-Publicanas» en la Noche de Marzas, a falta de Juegos Florales, a falta del culto que siempre se rindió en España a la Mujer y a la Poesía, estrechísimamente fundidas aunque los poetas actuales lo hayan olvidado, esta obra, Los estadios del alma, es mi forma particular de rendir homenaje a una mujer y de coronarla, no como Reina Pública, ciertamente, pero sí como Reina de la Poesía. Pocos títulos cabría imaginar, más hermosos que éste. Mantengo viva pues, con esta obra, una tradición que se hunde en la noche de los tiempos.
En su Apología por la antiquísima y nativa erudición y ciencia de los Españoles, Alfonso García de Matamoros documenta cómo nuestros antepasados elegían a sus Reinas con la llegada de la Prima-Bera:
Todos a porfía se aplicaron a la Poética y a la Philosophía y demás ingeniosas y esclarecidas disciplinas, como Maya, hija del rey Atlante, venerada con culto por las Mujeres Españolas. Y no puedo juzgar a fábula lo que me acuerdo haber leído muchas veces en muy graves autores. Refieren haberla dedicado honores solemnes, cada año en días señalados del mes de Mayo. Lo cual persevera hasta nuestros tiempos. Pues manteniendo la costumbre antigua de España, vemos una hermosa doncella a quien los nuestros llaman Maya, ataviada de pomposas galas. A ésta la ponen en un sitial elevado y rodeada de doncellas hermosas, la veneran y obedecen como a reina todos los treinta días del mes de Mayo, renovando la memoria y tradición de nuestra patria, de aquella mujer tan varonil.
Ocioso es decir que estas Mayas veneradas en España hasta hace bien poco y que son las mismas a las que más tarde se ha conocido como Majas, no son otra cosa que una reminiscencia de aquellas Reinas a las que se entronizaba al iniciarse el año. ¿Cómo se explica que todo ese ritual acabase desplazándose al mes de Mayo? Pues bien sencillo: la fecha de comienzo del año ha estado siempre vinculada al comienzo de la prima-bera. Pero como quiera que estamos hablando de tradiciones que tienen centenares de miles de años a sus espaldas y que la climatología ni ha sido siempre la misma ni tampoco afecta del mismo modo a las diferentes regiones de la Península Hibérica en la que nacieron estas costumbres, pues sucede que la fecha de comienzo del año ha ido viajando a lo largo del tiempo, a tenor del momento en que en cada época se producía la llegada de la Prima-Bera. Estación que en regiones como Cantabria despunta ya a mediados del mes de Enero, en tanto que en otras nada lejanas como el norte de Burgos y la propia Cantabria meridional, no es raro que llegue en Abril y hasta, algunos años, en el mes de Mayo. Porque la llegada de la estación más bella del año, en la que algunos hemos tenido el privilegio de nacer, no la señalaba la astrología sino un hecho tan trivial y al propio tiempo esplendoroso y sublime como es la floración de los primeros árboles. Y de ahí, por cierto, que sigan alzándose Mayos en nuestros pueblos, del mismo modo que se hiciera con los Marzandrones de la Noche de Marzas. Y de ahí, como tantas veces he repetido, el que se vincule hoy el comienzo del año en Enero a la ornamentación de abetos en un número creciente de hogares de todo el mundo. Una tradición supuestamente anglosajona o germánica, que es exacerbadamente hibérica y que nuestros vecinos europeos estropearon. Porque eso de cargarse un árbol para meterlo en una casa, es una estupidez colosal. Los antiguos Españoles erigían un sólo árbol, que representaba a toda la comunidad.
En suma que la razón por la que los árboles de la Noche de Marzas pasaron a pinarse en nuestros pueblos en el mes de las Mayas, es la misma por la que la elección de éstas sufrió la misma mudanza y acabó fijándose en el mes de las flores. Que, recuérdese, estaba y está dedicado a la Virgen María. Léase, a la que hoy, ayer y siempre ha sido venerada como Madre de la Humanidad, habiendo sido conocida con multitud de epítetos entre los que se incluye el de Maya. Y de ahí que se atribuya a ésta la maternidad sobre Buda o sobre el dios Hermes.
Si Alonso de Matamoros, en el testimonio antedicho, dice que a la Maya la ponen en un sitial elevado y rodeada de doncellas hermosas, la veneran y obedecen como a reina todos los treinta días del mes de Mayo, es justamente porque ése era el tratamiento que recibían las Reinas de las primeras Repúblicas cantábricas, calcadas más tarde en el resto de España y en el sur de Francia. Que de ahí ese cortejo de damas de honor que aún acompaña a las Reinas o Majas de todas las Fiestas Mayores e, incluso, de las bodas más encopetadas. Porque eso de las Bodas, a la postre, no es sino otro eco más de la entronización de las antiguas Reinas. Por eso las bodas se celebran por y para las novias, sin que el novio pinte nada en ellas. Y es que todas las bodas son versiones a escala doméstica de la coronación de las Reinas.
Aunque las Mayas o Reinas de fiestas populares o Juegos Florales acabaron siendo figuras meramente decorativas, ello no es sino la consecuencia de que el patriarcado se cargase todas las instituciones femeninas, salvando de la quema, sólo, sus aspectos más superficiales, glamourosos e inofensivos. Lo que contribuía a que las mujeres siguieran deleitándose con este tipo de fastos tan exacerbadamente femeninos, mientras que los hombres, que los habían privado de todo contenido, detentaban el poder absoluto. Una entente cordiale que se ha mantenido por espacio de varios milenios y que, de hecho, persiste. Porque todavía hoy, el 90% de las mujeres siguen viviendo fascinadas por todas las bodas y fastos regios, sin que les importe un comino ningún otro asunto de mayor cuantía, relacionado con la Cultura o con la Política. Con el colorín y servir de dócil e ingenua clientela para los curas, ya tienen su vida más que completa. No, no eran así las mujeres que nos han precedido, armadas de un valor impresionante y de un espíritu de sacrificio en la misma proporción. Y bueno es que haya alguien que las recuerde en esta época en la que la sociedad femenina ha caído en un materialismo atroz que está acabando con todo lo mejor que tenía. Que era eso: su abnegación y su espíritu de lucha, sacando adelante a sus familias y hasta a las comunidades de las que formaban parte, muy en la línea de todas esas heroínas del Oeste que todos hemos conocido y admirado en películas como la extraordinaria Caravana de mujeres. Así eran las mujeres de antaño: luchadoras.